Mini Stories to Learn Spanish
Ep 25: La pelotita
Mi padre siempre fue un hombre muy ocupado. Él trabajaba mucho para poder mantener a la familia. Tenía dos trabajos y no tenía mucho tiempo para jugar conmigo, para pasar tiempo con mi hermana o para pasar tiempo con mi mamá. Vivía para trabajar y darnos lo necesario a mi familia y a mí. El domingo era el único día que podíamos pasar en familia, salir en familia, comer en familia y visitar a los abuelos.
Mi padre tenía una vida muy ocupada, pero siempre tenía dos horas reservadas para mí durante la semana. Recuerdo que en mi cumpleaños me regaló una pelotita similar a una pelota de béisbol, pero era un pelotita más suave y menos pesada. Me la regaló cuando yo cumplí ocho años de edad y desde ese día, mi relación y conexión con mi padre cambió para siempre. Cada vez que era la hora para pasar tiempo con mi padre, él me decía: “Ve por tu pelotita. Vamos a jugar”.
Esos eran los mejores momentos de mi niñez. Recuerdo que había un pequeño parque muy cerca de mi casa y nos gustaba ir al parque para jugar. Mi padre jugaba conmigo con la pelotita y tenía muchos juegos diferentes. Recuerdo que en uno de los juegos mi padre lanzaba la pelota hacia arriba con todas sus fuerzas y él corría en cualquier dirección. Mi parte era atrapar la pelota y en cuanto yo la atrapaba, mi padre se detenía y yo le tenía que lanzar la pelota hacia él y tocarlo con la pelota. Si yo lograba tocarlo con la pelota, entonces yo ganaba puntos y podía usar los puntos para comprar un helado o un pastelito.
Otro juego que teníamos era hacer unos hoyos en la tierra y, a cierta distancia, rodar la pelota por el suelo para tratar de hacerla entrar en los hoyos. Hacíamos unos nueve hoyos en la tierra y cada hoyo tenía un valor. Cada vez que metía la pelotita en uno de los hoyos, yo ganaba puntos y podía usar los puntos para pedirle a mi papá que me comprara algo. Sin embargo, si mi padre metía la pelotita en alguno de los hoyos, yo perdía puntos. Recuerdo que yo siempre ganaba en este juego porque cuando mi padre trabajaba, yo practicaba todos los días en el patio de la casa y cada vez lo hacía mejor.
Otro juego que me gustaba mucho era el juego de las escondidas. Mi padre lanzaba la pelota con todas sus fuerzas en una dirección y yo corría para recoger la pelota, mi padre se escondía y una vez que yo recogía la pelota, tenía un minuto para encontrar a mi padre. Si yo lo encontraba durante el minuto, entonces yo ganaba puntos y después con esos puntos mi padre me compraba algo que yo quisiera como un helado, un chocolate o unos churros. Esa fue mi niñez. Una niñez muy divertida con mi padre.
Cuando me convertí en un adolescente, ya no íbamos al parque a jugar con la pelotita. Simplemente salíamos al patio de la casa y mientras conversábamos sobre nuestro día, sobre cómo me iba en la escuela y qué acontecía en mi vida, nos lanzábamos la pelotita el uno al otro. Mi padre fue un buen padre y sabía hablar conmigo. Yo no fui un adolescente muy difícil, pero a veces mi padre me regañaba y yo me enojaba con él. Realmente no durábamos mucho tiempo enojados y volvíamos a tener una buena relación de padre e hijo.
Cuando me aceptaron en la universidad, me fui a vivir cerca de la universidad. La universidad estaba en otro estado del país y tenía que irme a vivir allá. Recuerdo el momento en el que tomé el autobús para irme a la universidad. Mi padre estaba ahí y antes de subirme al autobús, me lanzó la pelotita que siempre usábamos para jugar.
–Llévatela para que te acuerdes de mí y sepas que yo siempre estaré ahí contigo.
Muchos años después, a mi padre le dio cáncer. Hicimos todo lo posible para combatir el cáncer y lo llevábamos al centro médico para que recibiera su quimioterapia. Con el paso del tiempo, él se debilitaba más y más. Cada vez necesitaba reposar más y más en la cama. Yo siempre lo acompañaba y me sentaba junto a su cama. Yo le tomaba la mano y él me veía y me sonreía. Me decía con dificultad: “¿Dónde está tu pelotita? Ve por tu pelotita. Vamos a jugar”. Yo iba por la pelotita y se la ponía en la mano. Veía que él sonreía y me daba la pelotita de nuevo. Yo le volvía a dar la pelotita y él me sonreía y me la volvía a dar. Ese fue nuestro juego cuando el estaba en cama.
–Me divertí mucho jugando contigo hijo mío.
Esas fueron las últimas veces que jugamos juntos con la pelotita. Cuando mi padre falleció, incineramos su cuerpo y conservamos sus cenizas en la casa. Las pusimos sobre el librero en donde tenía sus libros favoritos, sus fotografías, sus objetos que coleccionaba y a un lado de sus cenizas, la pelotita viejita y desgastada con la que jugamos tantas veces.
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By Joel Zárate
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Story written by Joel Zárate
Read by Milton Ralph & Alba Sánchez.
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